DISCURSO DE ANGOSTURA
(Discurso pronunciado por el Libertador ante el Congreso de Angostura
el 15 de febrero de 1819, día de su instalación)
(Discurso pronunciado por el Libertador ante el Congreso de Angostura
el 15 de febrero de 1819, día de su instalación)
Señor.
¡dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la Soberanía Nacional
para que ejerza su voluntad absoluta! Yo, pues, me cuento entre los seres más
favorecidos de la
Divina Providencia , ya que he tenido el honor de reunir a los
representantes del pueblo de Venezuela en este augusto Congreso, fuente de la
autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana y árbitro del destino de la Nación.
Al
transmitir a los representantes del pueblo el Poder Supremo que se me había
confiado, colmo los votos de mi corazón, los de mis conciudadanos y los de
nuestras futuras generaciones, que todo lo esperan de vuestra sabiduría,
rectitud y prudencia. Cuando cumplo con este dulce deber, me liberto de la
inmensa autoridad que me agobia, como de la responsabilidad ilimitada que
pesaba sobre mis débiles fuerzas. Solamente una necesidad forzosa, unida a la
voluntad imperiosa del pueblo, me habría sometido al terrible y peligroso cargo
de Dictador Jefe Supremo de la
República. ¡Pero ya respiro devolviéndoos esta autoridad,
que con tanto riesgo, dificultad y pena he logrado mantener en medio de las
tribulaciones más horrorosas que pueden afligir a un cuerpo social! No ha sido
la época de la República ,
que he presidido, una nueva tempestad política, ni una guerra sangrienta, ni
una anarquía popular, ha sido, sí, el desarrollo de todos los elementos
desorganizadores: ha sido la inundación de un torrente infernal que ha
sumergido la tierra de Venezuela. Un hombre ¡y un hombre como yo! ¿qué diques
podría oponer al ímpetu de estas devastaciones? En medio de este piélago de
angustias no he sido más que un vil juguete del huracán revolucionario que me
arrebataba como una débil paja. Yo no he podido hacer ni bien ni mal; fuerzas
irresistibles han dirigido la marcha de nuestros sucesos; atribuirmelos no
sería justo, y sería darme una importancia que no merezco. ¿Queréis conocer los
autores de los acontecimientos pasados y del orden actual? Consultad los anales
de España, de América, de Venezuela; examinad las leyes de Indias, el régimen
de los antiguos mandatarios, la influencia de la religión y del dominio
extranjero; observad los primeros actos del gobierno republicano la ferocidad
de nuestros enemigos y el carácter nacional. No me preguntéis sobre los efectos
de estos trastornos para siempre lamentables; apenas se me puede suponer simple
instrumento de los grandes móviles que han obrado sobre Venezuela; sin embargo,
mi vida, mi conducta, todas mis acciones públicas y privadas están sujetas a la
censura del pueblo. ¡Representantes! vosotros debéis juzgarlas. Yo someto la
historia de mi mando a vuestra imparcial decisión; nada añadiré para excusarla;
ya he dicho cuanto puede hacer mi apología. Si merezco vuestra aprobación,
habré alcanzado el sublime título de buen ciudadano, preferible para mí al de Libertador
que me dio Venezuela, al de Pacíficador que me dio Cundinamarca, y a
los que el mundo entero puede dar.
¡Legisladores!
Yo deposito en vuestras
manos el mando supremo de Venezuela. Vuestro es ahora el augusto deber de
consagraros a la felicidad de la
República : en vuestras manos está la balanza de nuestros
destinos, la medida de nuestra gloria; ellas sellarán los decretos que fijen
nuestra Libertad. En este momento el Jefe Supremo de la República no es más que
un simple ciudadano; y tal quiere quedar hasta la muerte. Serviré sin embargo
en la carrera de las armas mientras haya enemigos en Venezuela. Multitud de
beneméritos hijos tiene la patria, capaces de dirigirla, talentos, virtudes,
experiencia y cuanto se requiere para mandar a hombres libres, son el
patrimonio de muchos de los que aquí representan el pueblo; y fuera de este
soberano cuerpo se encuentran ciudadanos que en todas épocas han demostrado
valor para arrostrar los peligros, prudencia para evitarlos y el arte, en fin,
de gobernarse y de gobernar a otros. Estos ilustres varones merecerán sin duda
los sufragios del Congreso y a ellos se encargará del gobierno, que tan cordial
y sinceramente acabo de renunciar para siempre.
La
continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el
término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales
en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer
largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a
obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y
la tiranía. Un justo celo es la garantía de la libertad republicana, y nuestros
ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha
mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente.
Ya,
pues, que por este acto de mi adhesión a la libertad de Venezuela puedo aspirar
a la gloria de ser contado entre sus más fieles amantes; permitidme, Señor, que
exponga con la franqueza de un verdadero republicano mi respetuoso dictamen en
este Proyecto de Constitución que me tomo la libertad de ofreceros en
testimonio de la sinceridad y del candor de mis sentimientos. Como se trata de
la salud de todos, me atrevo a creer que tengo derecho para ser oído por los
representantes del pueblo. Yo sé muy bien que vuestra sabiduría no ha menester
de consejos, y sé también que mi Proyecto, acaso, os parecerá erróneo,
impracticable. Pero Señor, aceptad con benignidad este trabajo, que más bien es
el tributo de mi sincera sumisión al Congreso que el efecto de una levedad
presuntuosa. Por otra parte, siendo vuestras funciones la creación de un cuerpo
político y aun se podría decir la creación de una sociedad entera, rodeada de
todos los inconvenientes que presenta una situación, la más singular y difícil,
quizá el grito de un ciudadano pueda advertir la presencia de un peligro
encubierto de desconocido.
Echando
una ojeada sobre lo pasado, veremos cuál es la base de la República de Venezuela.
A1
desprenderse la América
de la Monarquía
Española , se ha encontrado semejante al Imperio Romano,
cuando aquella enorme masa cayó dispersa en medio del antiguo mundo. Cada
desmembración formó entonces una nación independiente conforme a su situación o
a sus intereses; pero con la diferencia de que aquellos miembros volvían a
restablecer sus primeras asociaciones. Nosotros ni aún conservamos los
vestigios de lo que fue en otro tiempo; no somos europeos, no somos indios,
sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por
nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a
los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio
nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más
extraordinario y complicado. Todavía hay más; nuestra suerte ha sido siempre
puramente pasiva, nuestra existencia política ha sido siempre nula y nos
hallamos en tanta más dificultad para alcanzar la Libertad , cuanto que
estábamos colocados en un grado inferior al de la servidumbre; porque no
solamente se nos había robado la
Libertad , sino también la tiranía activa y doméstica.
Permítaseme explicar esta paradoja. En el régimen absoluto, el poder autorizado
no admite límites. La voluntad del déspota es la Ley Suprema , ejecutada
arbitrariamente por los subalternos que participan de la opresión organizada en
razón de la autoridad de que gozan. Ellos están encargados de las funciones
civiles, políticas, militares y religiosas; pero al fin son persas los sátrapas
de Persia, son turcos los bajaes del gran señor, son tártaros los sultanes de la Tartaria. La China no
envía a buscar mandarines a la cuna de Gengis Kan, que la conquistó. Por el
contrario, la América
todo lo recibía de España que realmente la había privado del goce y ejercicio
de la tiranía activa, no permitiéndose sus funciones en nuestros asuntos
domésticos y administración interior. Esta abnegación nos había puesto en la
imposibilidad de conocer el curso de los negocios públicos; tampoco gozábamos
de la consideración personal que inspira el brillo del poder a los ojos de la
multitud, y que es de tanta importancia en las grandes revoluciones. Lo diré de
una vez, estábamos abstraídos, ausentes del universo en cuanto era relativo a
la ciencia del Gobierno.
Uncido
el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio,
no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud. Discípulos de tan
perniciosos maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos
estudiado, son los más destructores. Por el engaño se nos ha dominado más que
por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la
superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es
un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan
de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento
político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras
ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo,
la venganza por la justicia. Semejante a un robusto ciego que, instigado por el
sentimiento de su fuerza, marcha con la seguridad del hombre más perspicaz, y
dando en todos los escollos no puede rectificar sus pasos. Un pueblo pervertido
si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se
esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud;
que el imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son
más inflexibles, y todo debe someterse a su benéfico rigor; que las buenas
costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes que el ejercicio de
la justicia es el ejercicio de la libertad. Así, legisladores, vuestra empresa
es tanto más ímproba cuanto que tenéis que constituir a hombres pervertidos por
las ilusiones del error y por incentivos nocivos. La libertad, dice Rousseau,
es un alimento suculento pero de difícil digestión. Nuestros débiles
conciudadanos tendrán que enrobustecer su espíritu mucho antes que logren
digerir el saludable nutritivo de la libertad. Entumidos sus miembros por las
cadenas, debilitada su vista en las sombras de las mazmorras, y aniquilados por
las pestilencias serviles, ¿serán capaces de marchar con pasos firmes hacia el
augusto Templo de la Libertad ?
¿Serán capaces de admirar de cerca sus espléndidos rayos y respirar sin
opresión el éter puro que allí reina?
Meditad
bien vuestra elección, legisladores. No olvidéis que vais a echar los
fundamentos a un pueblo naciente que podrá elevarse a la grandeza que la
naturaleza le ha señalado, si vosotros proporcionáis su base al eminente rango
que le espera. Si vuestra elección no está presidida por el genio tutelar de
Venezuela, que debe inspiraros el acierto al escoger la naturaleza y la forma
de gobierno que vais a adoptar para la felicidad del pueblo; si no acertáis,
repito, la esclavitud será el término de nuestra transformación.
Los
anales de los tiempos pasados os presentarán millares de gobiernos. Traed a la
imaginación las naciones que han brillado sobre la tierra, y contemplaréis
afligidos que casi toda la tierra ha sido, y aún es, víctima de sus gobiernos.
Observaréis muchos sistemas de manejar hombres, mas todos para oprimirlos; y si
la costumbre de mirar al género humano conducido por pastores de pueblos, no
disminuyese el horror de tan chocante espectáculo, nos pasmaríamos al ver
nuestra dócil especie pacer sobre la superficie del globo como viles rebaños
destinados a alimentar a sus crueles conductores. La naturaleza a la verdad nos
dota, al nacer, del incentivo de la libertad; mas sea pereza, sea propensión
inherente a la humanidad, lo cierto es que ella reposa tranquila aunque ligada
con las trabas que le imponen. Al contemplarla en este estado de prostitución,
parece que tenemos razón para persuadimos que los más de los hombres tienen por
verdadera aquella humillante máxima, que más cuesta mantener el equilibrio de
la libertad que soportar el peso de la tiranía. ¡Ojalá que esta máxima
contraria a la moral de la naturaleza fuese falsa! ¡Ojalá que esta máxima no
estuviese sancionada por la indolencia de los hombres con respecto a sus
derechos más sagrados!
Muchas
naciones antiguas y modernas han sacudido la opresión; pero son rarísimas las
que han sabido gozar algunos preciosos momentos de libertad; muy luego han
recaído en sus antiguos vicios políticos; porque son los pueblos más bien que
los gobiernos los que arrastran tras sí la tiranía. El hábito de la dominación
los hace insensibles a los encantos del honor y de la prosperidad nacional; y
miran con indolencia la gloria de vivir en el movimiento de la libertad, bajo
la tutela de leyes dictadas por su propia voluntad. Los fastos del universo
proclaman esta espantosa verdad.
Sólo
la democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta libertad; pero,
¿cuál es el gobierno democrático que ha reunido a un tiempo, poder,
prosperidad, y permanencia? ¿Y no se ha visto por el contrario la aristocracia,
la monarquía cimentar grandes y poderosos imperios por siglos y siglos? ¿Qué
gobierno más antiguo que el de China? ¿Qué república ha excedido en duración a
la de Esparta, a la de Venecia? ¿E1 Imperio Romano no conquistó la tierra? ¿No
tiene la Francia
catorce siglos de monarquía? ¿Quién es más grande que la Inglaterra ? Estas
naciones, sin embargo, han sido o son aristocracias y monarquías.
A
pesar de tan crueles reflexiones, yo me siento arrebatado de gozo por los
grandes pasos que ha dado nuestra República al entrar en su noble carrera.
Amando lo más útil, animada de lo más justo, y aspirando a lo más perfecto al
separarse Venezuela de la nación española, ha recobrado su independencia, su
libertad, su igualdad, su soberanía nacional. Constituyéndose en una República
Democrática, proscribió la monarquía, las distinciones, la nobleza, los fueros,
los privilegios: declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de
pensar, de hablar y de escribir. Estos actos eminentemente liberales jamás
serán demasiado admirados por la pureza que los ha dictado. E1 primer Congreso
de Venezuela ha estampado en los anales de nuestra legislación, con caracteres
indelebles, la majestad del pueblo dignamente expresada, al sellar el acto
social más capaz de formar la dicha de una nación. Necesito de recoger todas
mis fuerzas para sentir con toda la vehemencia de que soy susceptible, el
supremo bien que encierra en sí este Código inmortal de nuestros derechos y de
nuestras leyes. ¡Pero cómo osaré decirlo! ¿Me atreveré yo a profanar con mi
censura las tablas sagradas de nuestras leyes. . .? Hay sentimientos que no se
pueden contener en el pecho de un amante de la patria; ellos rebosan agitados
por su propia violencia, y a pesar del mismo que los abriga, una fuerza
imperiosa los comunica. Estoy penetrado de la idea de que el Gobierno de
Venezuela debe reformarse; y que aunque muchos ilustres ciudadanos piensen como
yo, no todos tienen el arrojo necesario para profesar públicamente la adopción
de nuevos principios. Esta consideración me insta a tomar la iniciativa en un
asunto de la mayor gravedad, y en que hay sobrada audacia en dar avisos a los
consejeros del pueblo.
Cuanto
más admiro la excelencia de la Constitución Federal de Venezuela, tanto más me
persuado de la imposibilidad de su aplicación a nuestro estado. Y según mi modo
de ver, es un prodigio que su modelo en el Norte de América subsista tan
prósperamente y no se trastorne al aspecto del primer embarazo o peligro. A
pesar de que aquel pueblo es un modelo singular de virtudes políticas y de
ilustración moral; no obstante que la libertad ha sido su cuna, se ha criado en
la libertad y se alimenta de pura libertad; lo diré todo, aunque bajo de muchos
respectos, este pueblo es único en la historia del género humano, es un
prodigio, repito, que un sistema tan débil y complicado como el federal haya
podido regirlo en circunstancias tan difíciles y delicadas como las pasadas.
Pero sea lo que fuere de este Gobierno con respecto a la Nación Americanas ,
debo decir que ni remotamente ha entrado en mi idea asimilar la situación y
naturaleza de los estados tan distintos como el Inglés Americano y el Americano
Español. ¿No sería muy difícil aplicar a España el código de libertad política,
civil y religiosa de la Inglaterra ?
Pues aún es más difícil adaptar en Venezuela las leyes del Norte de América.
¿No dice El Espíritu de las Leyes que éstas deben ser propias para el
pueblo que se hacen? ¿que es una gran casualidad que las de una nación puedan
convenir a otra? ¿que las leyes deben ser relativas a lo físico del país, al
clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de
vida de los pueblos; referirse al grado de libertad que la Constitución puede
sufrir, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a
su número, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales? ¡He aquí el Código
que debíamos consultar, y no el de Washington!
Aunque
las facultades del Presidente de los Estados Unidos están limitadas con
restricciones excesivas, ejerce por sí solo todas las funciones gubernativas
que la Constitución
le atribuye, y es indubitable que su administración debe ser más uniforme,
constante y verdaderamente propia que la de un poder diseminado entre varios
individuos cuyo compuesto no puede ser menos que monstruoso.
El
Poder Judiciario en Venezuela es semejante al Americano, indefinido en duración,
temporal y no vitalicio; goza de toda la independencia que le corresponde.
El
primer Congreso en su Constitución Federal más consultó el espíritu de las
provincias, que la idea sólida de formar una República indivisible y central.
Aquí cedieron nuestros legisladores al empeño inconsiderado de aquellos
provinciales seducidos por el deslumbrante brillo de la felicidad del Pueblo
Americano, pensando que las bendiciones de que goza son debidas exclusivamente
a la forma de gobierno y no al carácter y costumbres de los ciudadanos. Y en
efecto, el ejemplo de los Estados Unidos por su peregrina prosperidad era
demasiado lisonjero para que no fuese seguido. ¿Quién puede resistir al amor
que inspira un gobierno inteligente que liga a un mismo tiempo los derechos particulares
a los derechos generales; que forma de la voluntad común la Ley Suprema de la
voluntad individual? ¿Quién puede resistir al imperio de un gobierno bienhechor
que con una mano hábil, activa y poderosa dirige siempre, y en todas partes,
todos sus resortes hacia la perfección social, que es el fin único de las
instituciones humanas?
Mas
por halagüeño que parezca y sea en efecto este magnifico sistema federativo, no
era dado a los venezolanos gozarlo repentinamente a salir de las cadenas. No
estábamos preparados para tanto bien; el bien, como el mal, da la muerte cuando
es súbito y excesivo. Nuestra Constitución Moral no tenía todavía la
consistencia necesaria para recibir el beneficio de un gobierno completamente
representativo, y tan sublime cuanto que podía ser adaptado a una República de
Santos.
¡Representantes
del Pueblo! Vosotros
estáis llamados para consagrar o suprimir cuanto os parezca digno de ser
conservado, reformado o desechado en nuestro pacto social. A vosotros pertenece
el corregir la obra de nuestros primeros Legisladores; yo querría decir que a
vosotros toca cubrir una parte de la belleza que contiene nuestro Código
Político; porque no todos los corazones están formados para amar a todas las
beldades; ni todos los ojos son capaces de soportar la luz celestial de la
perfección. E1 libro de los Apóstoles, la moral de Jesús, la obra divina que
nos ha enviado la
Providencia para mejorar a los hombres, tan sublime, tan
santa, es un diluvio de fuego en Constantinopla, y el Asia entera ardería en
vivas llamas, si este libro de paz se le impusiese repentinamente por Código de
religión, de leyes y de costumbres.
Séame
permitido llamar la atención del Congreso sobre una materia que puede ser de
una importancia vital. Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo,
ni el americano del Norte, que más bien es un compuesto de Africa y de América,
que una emanación de la Europa ;
pues que hasta la España
misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por
su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana
pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha
mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio
y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres,
diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren
visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un reato de la mayor
trascendencia.
Los
ciudadanos de Venezuela gozan todos por la Constitución ,
intérprete de la naturaleza, de una perfecta igualdad política. Cuando esta
igualdad no hubiese sido un dogma en Atenas, en Francia y en América,
deberíamos nosotros consagrarlo para corregir la diferencia que aparentemente
existe. Mi opinión es, legisladores, que el principio fundamental de nuestro
sistema depende inmediata y exclusivamente de la igualdad establecida y
practicada en Venezuela. Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los
bienes de la sociedad, está sancionado por la pluralidad de los sabios; como
también lo está que no todos los hombres nacen igualmente aptos a la obtención
de todos los rangos; pues todos deben practicar la virtud y no todos lo
practican; todos deben ser valerosos y todos no lo son; todos deben poseer
talentos y todos no los poseen. De aquí viene la distinción efectiva que se
observa entre los individuos de la sociedad más liberalmente establecida. Si el
principio de la igualdad política es generalmente reconocido, no lo es menos el
de la desigualdad física y moral. La naturaleza hace a los hombres desiguales,
en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes corrigen esta
diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la
industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad
ficticia, propiamente llamada política y social. Es una inspiración
eminentemente benéfica la reunión de todas las clases en un estado, en que la
diversidad se multiplicaba en razón de la propagación de la especie. Por este
solo paso se ha arrancado de raíz la cruel discordia. ¡Cuántos celos,
rivalidades y odios se han evitado!
Habiendo
ya cumplido con la justicia, con la humanidad, cumplamos ahora con la política,
con la sociedad, allanando las dificultades que opone un sistema tan sencillo y
natural, mas tan débil que el menor tropiezo lo trastorna, lo arruina. La
diversidad de origen requiere un pulso infinitamente firme, un tacto
infinitamente delicado para manejar esta sociedad heterogénea cuyo complicado
artificio se disloca, se divide, se disuelve con la más ligera alteración.
E1
sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad
posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política.
Por las leyes que dictó el primer Congreso tenemos derecho de esperar que la
dicha sea el dote de Venezuela; y por las vuestras, debemos lisonjearnos que la
seguridad y la estabilidad eternizarán esta dicha. A vosotros toca resolver el
problema. ¿Cómo, después de haber roto todas las trabas de nuestra antigua
opresión, podemos hacer la obra maravillosa de evitar que los restos de
nuestros duros hierros no se cambien en armas liberticidas? Las reliquias de la
dominación española permanecerán largo tiempo antes que lleguemos a
anonadarlas; el contagio de despotismo ha impregnado nuestra atmósfera, y ni el
fuego de la guerra, ni el especifico de nuestras saludables Leyes han
purificado el aire que respiramos. Nuestras manos ya están libres, y todavía
nuestros corazones padecen de las dolencias de la servidumbre. El hombre, al
perder la libertad, decía Homero, pierde la mitad de su espíritu.
Un
gobierno republicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela; sus bases deben
ser la soberanía del pueblo: la división de los poderes, la libertad civil, la
proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los
privilegios. Necesitamos de la igualdad para refundir, digámoslo así, en un
todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas y las costumbres
públicas. Luego extendiendo la vista sobre el vasto campo que nos falta por
recorrer, fijamos la atención sobre los privilegios que debemos evitar. Que la
historia nos sirva de guía en esta carrera. Atenas la primera nos da el ejemplo
más brillante de una democracia absoluta, y al instante, la misma Atenas nos
ofrece el ejemplo más melancólico de la extrema debilidad de esta especie de
gobierno. E1 más sabio legislador de Grecia no vio conservar su República diez
años, y sufrió la humillación de reconocer la insuficiencia de la democracia
absoluta, para regir ninguna especie de sociedad, ni aun la más culta, morígera
y limitada, porque sólo brilla con relámpagos de libertad. Reconozcamos, pues,
que Solón ha desengañado al mundo y le ha enseñado cuán difícil es dirigir por
simples leyes a los hombres.
Y
pasando de los tiempos antiguos a los modernos encontraremos la Inglaterra y la Francia , llamando la
atención de todas las naciones y dándoles lecciones elocuentes de todas
especies en materias de gobierno. La Revolución de estos dos grandes pueblos, como un
radiante meteoro, ha inundado al mundo con tal profusión de luces políticas,
que ya todos los seres que piensan han aprendido cuáles son los derechos del
hombre y cuáles sus deberes; en qué consiste la excelencia de los gobiernos y
en qué consisten sus vicios. Todos saben apreciar el valor intrínseco de las
teorías especulativas de los filósofos y legisladores modernos. En fin, este
astro, en su luminosa carrera, aun ha encendido los pechos de los apáticos
españoles, que también se han lanzado en el torbellino político; han hecho sus
efímeras pruebas de libertad, han reconocido su incapacidad para vivir bajo el
dulce dominio de las leyes y han vuelto a sepultarse en sus prisiones y
hogueras inmemoriales.
Aquí
es el lugar de repetiros, legisladores, lo que os dice el elocuente Volney en la Dedicatoria de sus Ruinas
de palmira: "A los pueblos nacientes de las Indias Castellanas, a los
Jefes generosos que lo guían a la libertad: que los errores e infortunios del
mundo antiguo enseñen la sabiduría y la felicidad al mundo nuevo". Que no
se pierdan, pues, las lecciones de la experiencia; y que las escuelas de
Grecia, de Roma, de Francia, de Inglaterra y de América nos instruyan en la
difícil ciencia de crear y conservar las naciones con leyes propias, justas,
legítimas y sobre todo útiles. No olvidando jamás que la excelencia de un gobierno
no consiste en su teoría, en su forma, ni en su mecanismo, sino en ser
apropiado a la naturaleza y al carácter de la nación para quien se instituye.
Roma
y la Gran Bretaña
son las naciones que más han sobresalido entre las antiguas y modernas; ambas
nacieron para mandar y ser libres; pero ambas se constituyeron no con
brillantes formas de libertad, sino con establecimientos sólidos. Así, pues, os
recomiendo, Representantes, el estudio de la constitución Británica que es la
que parece destinada a operar el mayor bien posible a los pueblos que la
adoptan; pero por perfecta que sea, estoy muy lejos de proponeros su imitación
servil. Cuando hablo de Gobierno Británico sólo me refiero a lo que tiene de
republicanismo, y a la verdad ¿puede llamarse pura monarquía un sistema en el
cual se reconoce la soberanía popular, la división y el equilibrio de los
poderes, la libertad civil, de conciencia, de imprenta, y cuanto es sublime en
la política? ¿Puede haber más libertad en ninguna especie de república? ¿Y
puede pretenderse a más en el orden social? Yo os recomiendo esta Constitución
como la más digna de servir de modelo a cuantos aspiran al goce de los derechos
del hombre y a toda la felicidad política que es compatible con nuestra frágil
naturaleza.
En
nada alteraríamos nuestras leyes fundamentales, si adoptásemos un Poder
Legislativo semejante al Parlamento Británico. Hemos dividido como los
americanos la
Representación Nacional en dos Cámaras: la de Representantes
y el Senado. La primera está compuesta muy sabiamente, goza de todas las
atribuciones que le corresponden y no es susceptible de una reforma esencial,
porque la Constitución
le ha dado el origen, la forma y las facultades que requiere la voluntad del
pueblo para ser legitima y competentemente representada. Si el Senado en lugar
de ser electivo fuese hereditario, sería en mi concepto la base, el lazo, el
alma de nuestra República. Este Cuerpo en las tempestades políticas pararía los
rayos del gobierno y rechazaría las olas populares. Adicto al gobierno por el
justo interés de su propia conservación, se opondría siempre a las invasiones
que el pueblo intenta contra la jurisdicción y la autoridad de sus magistrados.
Debemos confesarlo: los más de los hombres desconocen sus verdaderos intereses,
y constantemente procuran asaltarlos en las manos de sus depositarios: el
individuo pugna contra la masa, y la masa contra la autoridad. Por tanto, es
preciso que en todos los gobiernos exista un cuerpo neutro que se ponga siempre
de parte del ofendido y desarme al ofensor. Este cuerpo neutro, para que pueda
ser tal, no ha de deber su origen a la elección del gobierno, ni a la del
pueblo; de modo que goce de una plenitud de independencia que ni tema, ni
espere nada de estas dos fuentes de autoridad. El Senado hereditario como parte
del pueblo, participa de sus intereses, de sus sentimientos y de su espíritu.
Por esa causa no debe presumir que un Senado hereditario se desprenda de los
intereses populares, ni olvide sus deberes legislativos. Los Senadores en Roma,
y los Lores en Londres han sido las columnas más firmes sobre las que se ha
fundado el edificio de la libertad política y civil.
Estos
Senadores serán elegidos la primera vez por el Congreso. Los sucesores al
Senado llaman la primera atención del gobierno, que debería educarlos en un
Colegio especialmente destinado para instruir aquellos tutores, legisladores
futuros de la patria. Aprenderían las artes, las ciencias y las letras que
adornan el espíritu de un hombre público; desde su infancia ellos sabrían a qué
carrera la providencia los destinaba, y desde muy tiernos elevarían su alma a
la dignidad que los espera.
De
ningún modo sería una violación de la igualdad política la creación de un
Senado hereditario; no es una nobleza la que pretendo establecer porque, como ha
dicho un célebre republicano, sería destruir a la vez la igualdad y la
libertad. Es un oficio para el cual se deben preparar los candidatos, y es un
oficio que exige mucho saber, y los medios proporcionados para adquirir su
instrucción. Todo no se debe dejar al acaso y a la ventura de las elecciones:
el pueblo se engaña más fácilmente que la naturaleza perfeccionada por el arte;
y aunque es verdad que estos senadores no saldrían del seno de las virtudes,
también es verdad que saldrían del seno de una educación ilustrada. Por otra
parte, los libertadores de Venezuela son acreedores a ocupar siempre un alto
rango en la República
que les debe su existencia. Creo que la posteridad vería con sentimiento
anonadado los nombres ilustres de sus primeros bienhechores: digo más, es del
interés público, es de la gratitud de Venezuela, es del honor nacional,
conservar con gloria, hasta la última posteridad, una raza de hombres
virtuosos, prudentes y esforzados que superando todos los obstáculos, han
fundado la República
a costa de los más heróicos sacrificios. Y si el pueblo de Venezuela no aplaude
la elevación de sus bienhechores, es indigno de ser libre y no lo será jamás.
Un
Senado hereditario, repito, será la base fundamental del Poder Legislativo, y
por consiguiente será la base de todo gobierno. Igualmente servirá de
contrapeso para el gobierno y para el pueblo: será una potestad intermedia que
embote los tiros que recíprocamente se lanzan estos eternos rivales. En todas
las luchas la calma de un tercero viene a ser el órgano de la reconciliación,
así el Senado de Venezuela será la traba de este edificio delicado y harto
susceptible de impresiones violentas; será el iris que calmará las tempestades
y mantendrá la armonía entre los miembros y la cabeza de este cuerpo político.
Ningún
estimulo podrá adulterar un Cuerpo Legislativo investido de los primeros
honores, dependiente de sí mismo sin temer nada del pueblo, ni esperar nada del
Gobierno; que no tiene otro objeto que el de reprimir todo principio de mal, y
propagar todo principio de bien; y que está altamente interesado en la
existencia de una sociedad en la cual participa de sus efectos funestos o
favorables. Se ha dicho con demasiada razón que la Cámara alta de Inglaterra
es preciosa para la nación porque ofrece un baluarte a la libertad; y yo añado
que el Senado de Venezuela, no sólo sería un baluarte de libertad, sino un
apoyo para eternizar la
República.
El
Poder Ejecutivo Británico está revestido de toda la autoridad soberana que le
pertenece; pero también está circunvalado de una triple línea de diques,
barreras y estacadas. Es Jefe del Gobierno, pero sus Ministros y subalternos
dependen más de las leyes que de su autoridad, porque son personalmente
responsables, y ni aun las mismas órdenes de la autoridad Real los eximen de
esa responsabilidad. Es Generalísimo del Ejército y de la Marina ; hace la paz y
declara la guerra; pero el Parlamento es el que decreta anualmente las sumas
con que deben pagarse estas fuerzas militares. Si los tribunales y jueces
dependen de él, las leyes emanan del Parlamento que las ha consagrado. Con el
objeto de neutralizar su poder, es inviolable y sagrada la persona del Rey; y
al mismo tiempo que le dejan libre la cabeza le ligan las manos con que debe
obrar. El Soberano de la
Inglaterra tiene tres formidables rivales, su Gabinete que
debe responder al pueblo y al Parlamento; el Senado que defiende los intereses
del pueblo como representante de la nobleza de que se compone; y la Cámara de los Comunes que
sirve de órgano y de tribuna al pueblo británico. Además, como los jueces son
responsables del cumplimiento de las leyes, no se separan de ellas, y los
Administradores del Erario, siendo perseguidos no solamente por sus propias
infracciones, sino aun por las que hace el mismo Gobierno, se guardan bien de
malversar los fondos públicos. Por más que se examine la naturaleza del Poder
Ejecutivo en Inglaterra, no se puede hallar nada que no incline a juzgar que es
el más perfecto modelo, sea para un reino, sea para una aristocracia, sea para
una democracia. Aplíquese a Venezuela este Poder Ejecutivo en la persona de un
Presidente, nombrado por el pueblo o por sus representantes, y habremos dado un
gran paso hacia la felicidad nacional.
Cualquiera
que sea el ciudadano que llene estas funciones, se encontrará auxiliado por la Constitución :
autorizado para hacer bien, no podrá hacer mal, porque siempre que se someta a
las leyes, sus Ministros cooperarán con él; si por el contrario pretende
infringirlas, sus propios Ministros lo dejarán aislado en medio de la República , y aún lo
acusarán delante del Senado. Siendo los Ministros los responsables de las
transgresiones que se cometan, ellos son los que gobiernan, porque ellos son
los que las pagan. No es la menor ventaja de este sistema la obligación en que
pone a los funcionarios inmediatos al Poder Ejecutivo de tomar la parte más
interesada y activa en las deliberaciones del gobierno, y a mirar como propio
este Departamento. Puede suceder que no sea el Presidente un hombre de grandes
talentos, ni de grandes virtudes, y no obstante la carencia de estas cualidades
esenciales, el Presidente desempeñará sus deberes de un modo satisfactorio,
pues en tales casos el Ministro, haciendo todo por sí mismo, lleva la carga del
Estado.
Por
exorbitante que parezca la autoridad del Poder Ejecutivo de Inglaterra, quizás
no es excesiva en la
República de Venezuela. Aquí el Congreso ha ligado las manos
y hasta la cabeza a los Magistrados. Este cuerpo deliberadamente ha asumido una
parte de las funciones ejecutivas contra la máxima de Montesquieu que dice que
un Cuerpo Representante no debe tomar ninguna resolución activa; debe hacer
leyes, y ver si se ejecutan las que hace. Nada es tan contrario a la armonía
entre los poderes, como su mezcla. Nada es tan peligroso con respecto al pueblo
como la debilidad del Ejecutivo, y si en un reino se ha juzgado necesario
concederle tantas facultades, en una república son éstas infinitamente más
indispensables.
Fijemos
nuestra atención sobre esa diferencia y hallaremos que el equilibrio de los
poderes debe distribuirse de dos modos. En las repúblicas el Ejecutivo debe ser
el más fuerte, porque todo conspira contra él; en tanto que en las monarquías
el más fuerte debe ser el Legislativo, porque todo conspira en favor del
monarca. La veneración que profesan los pueblos a la Magistratura Real
es un prestigio, que influye poderosamente a aumentar el respeto supersticioso
que se tributa a esta autoridad.
E1
esplendor del Trono, de la
Corona , de la
Púrpura ; el apoyo formidable que le presta la nobleza; las
inmensas riquezas que generaciones enteras acumulan en una misma dinastía; la
protección fraternal que recíprocamente reciben todos los reyes, son ventajas
muy considerables que militan en favor de la Autoridad Real y la
hacen casi ilimitada. Estas mismas ventajas son, por consiguiente, las que
deben confirmar la necesidad de atribuir a un Magistrado Republicano, una suma
mayor de autoridad que la que posee un Príncipe Constitucional.
Un
Magistrado Republicano es un individuo aislado en medio de una sociedad;
encargado de contener el ímpetu del pueblo hacia la licencia, la propensión de
los jueces y administradores hacia el abuso de las leyes. Está sujeto
inmediatamente al Cuerpo Legislativo, al Senado, al pueblo: es un hombre solo
resistiendo el ataque combinado de las opiniones, de los intereses y de las
pasiones del Estado social, que como dice Carnot, no hace más que luchar
continuamente entre el deseo de dominar y el deseo de substraerse a la
dominación. Es en fin un atleta lanzado contra otra multitud de atletas.
Sólo
puede servir de correctivo a esta debilidad, el vigor bien cimentado y más bien
proporcionado a la resistencia que necesariamente le oponen al Poder Ejecutivo
el Legislativo, el Judiciario y el pueblo de una República. Si no se ponen al
alcance del Ejecutivo todos los medios que una justa atribución le señala, cae
inevitablemente en la nulidad o en su propio abuso; quiero decir, en la muerte
del gobierno, cuyos herederos son la anarquía, la usurpación y la tiranía. Se
quiere contener la autoridad ejecutiva con restricciones y trabas; nada es más
justo; pero que se advierta que los lazos que se pretenden conservar se
fortifican, sí, mas no se estrechan.
Que
se fortifique, pues, todo el sistema del gobierno, y que el equilibrio se
establezca de modo que no se pierda, y de modo que no sea su propia delicadeza
una causa de decadencia. Por lo mismo que ninguna forma de gobierno es tan
débil como la democrática, su estructura debe ser de la mayor solidez; y sus
instituciones consultarse para la estabilidad. Si no es así, contemos con que
se establece un ensayo de gobierno, y no un sistema permanente; contemos con
una sociedad díscola, tumultuaria y anárquica y no con un establecimiento
social, donde tengan su imperio la felicidad, la paz y la justicia.
No
seamos presuntuosos, Legisladores; seamos moderados en nuestras pretensiones.
No es probable conseguir lo que no ha logrado el género humano; lo que no han
alcanzado las más grandes y sabias naciones. La libertad indefinida, la democracia
absoluta, son los escollos a donde han ido a estrellarse todas las esperanzas
republicanas. Echad una mirada sobre las repúblicas antiguas, sobre las
repúblicas modernas, sobre las repúblicas nacientes; casi todas han pretendido
establecerse absolutamente democráticas y a casi todas se les han frustrado sus
justas aspiraciones. Son laudables ciertamente hombres que anhelan por
instituciones legitimas y por una perfección social; pero ¿quién ha dicho a los
hombres que ya poseen toda la sabiduría, que ya practican toda la virtud, que
exigen imperiosamente la liga del poder con la justicia? ¡Angeles, no hombres
pueden únicamente existir libres, tranquilos y dichosos, ejerciendo todos la Potestad Soberana !
Ya
disfruta el pueblo de Venezuela de los derechos que legítima y fácilmente puede
gozar; moderemos ahora el ímpetu de las pretensiones excesivas que quizás le
suscitaría la forma de un gobierno incompetente para él. Abandonemos las formas
federales que no nos convienen; abandonemos el triunvirato del Poder Ejecutivo;
y concentrándolo en un Presidente, confiémosle la autoridad suficiente para que
logre mantenerse luchando contra los inconvenientes anexos a nuestra reciente
situación, al estado de guerra que sufrimos, y a la especie de los enemigos
externos y domésticos, contra quienes tendremos largo tiempo que combatir. Que
el Poder Legislativo se desprenda de las atribuciones que corresponden al
Ejecutivo; y adquiera no obstante nueva consistencia, nueva influencia en el
equilibrio de las autoridades. Que los tribunales sean reforzados por la
estabilidad y la independencia de los jueces; por el establecimiento de
Jurados; de Códigos civiles y criminales que no sean dictados por la antigüedad
ni por reyes conquistadores, sino por la voz de la naturaleza, por el grito de
la justicia, y por el genio de la sabiduría.
Mi
deseo es que todas las partes del gobierno y administración adquieran el grado
de vigor que únicamente puede mantener el equilibrio, no sólo entre los
miembros que componen el Gobierno, sino entre las diferentes fracciones de que
se compone nuestra sociedad. Nada importaría que los resortes de un sistema
político se relajasen por su debilidad, si esta relajación no arrastrase
consigo la disolución del cuerpo social y la ruina de los asociados. Los gritos
del género humano en los campos de batalla, o en los campos tumultuarios claman
al cielo contra los inconsiderados y ciegos legisladores, que han pensado que
se pueden hacer impunemente ensayos de quiméricas instituciones. Todos los
pueblos del mundo han pretendido la libertad; los unos por las armas, los otros
por las leyes, pasando alternativamente de la anarquía al despotismo o del
despotismo a la anarquía; muy pocos son los que se han contentado con
pretensiones moderadas, constituyéndose de un modo conforme a sus medios, a su
espíritu y a sus circunstancias.
No
aspiremos a lo imposible, no sea que por elevarnos sobre la región de la
libertad, descendamos a la región de la tiranía. De la libertad absoluta se
desciende siempre al poder absoluto, y el medio entre estos dos términos es la
suprema libertad social. Teorías abstractas son las que producen la perniciosa
idea de una libertad ilimitada. Hagamos que la fuerza pública se contenga en
los límites que la razón y el interés prescriben; que la voluntad nacional se
contenga en los limites que un justo poder le señala: que una legislación civil
y criminal, análoga a nuestra actual Constitución domine imperiosamente sobre
el Poder Judiciario, y entonces habrá un equilibrio, y no habrá el choque que embaraza
la marcha del Estado, y no habrá esa complicación que traba, en vez de ligar,
la sociedad.
Para
formar un gobierno estable se requiere la base de un espíritu nacional, que
tenga por objeto una inclinación uniforme hacia dos puntos capitales: moderar
la voluntad general y limitar la autoridad pública. Los términos que fijan
teóricamente estos dos puntos son de una difícil asignación; pero se puede
concebir que la regla que debe dirigirlos es la restricción, y la concentración
reciproca a fin de que haya la menos frotación posible entre la voluntad y el
poder legítimo. Esta ciencia se adquiere insensiblemente por la práctica y por
el estudio. E1 progreso de la luces es el que ensancha el progreso de la
práctica, y la rectitud del espíritu es la que ensancha el progreso de las
luces.
El
amor a la patria, el amor a las leyes, el amor a los magistrados, son las
nobles pasiones que deben absorber exclusivamente el alma de un republicano.
Los venezolanos aman la patria, pero no aman sus leyes; porque éstas han sido
nocivas y eran la fuente del mal. Tampoco han podido amar a sus magistrados,
porque eran inicuos, y los nuevos apenas son conocidos en la carrera en que han
entrado. Si no hay un respeto sagrado por la patria, por las leyes y por las
autoridades, la sociedad es una confusión, un abismo; es un conflicto singular
de hombre a hombre, de cuerpo a cuerpo.
Para
sacar de este caos nuestra naciente República, todas nuestras facultades
morales no serán bastantes si no fundimos la masa del pueblo en un todo; la
composición del gobierno en un todo; la legislación en un todo, y el espíritu
nacional en un todo. Unidad, unidad, unidad, debe ser nuestra divisa. La sangre
de nuestros ciudadanos es diferente, mezclémosla para unirla; nuestra
Constitución ha dividido los poderes, enlacémoslos para unirlos; nuestras leyes
son funestas reliquias de todos los despotismos antiguos y modernos, que este
edificio monstruoso se derribe, caiga y apartando hasta sus ruinas, elevemos un
templo a la justicia; y bajo los auspicios de su santa inspiración, dictemos un
Código de Leyes Venezolanas. Si queremos consultar monumentos y modelos de
Legislación, la Gran
Bretaña , la
Francia , la América Septentrional los ofrecen admirables.
La
educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del
Congreso. Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son
nuestras primeras necesidades. Tomemos de Atenas su Areópago, y los guardianes
de las costumbres y de las leyes; tomemos de Roma sus censores y sus tribunales
domésticos; y haciendo una santa alianza de estas instituciones morales,
renovemos en el mundo la idea de un pueblo que no se contenta con ser libre y
fuerte, sino que quiere ser virtuoso. Tomemos de Esparta sus austeros
establecimientos, y formando de estos tres manantiales una fuente de virtud,
demos a nuestra República una cuarta potestad cuyo dominio sea la infancia y el
corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral
republicana. Constituyamos este Areópago para que vele sobre la educación de
los niños, sobre la instrucción nacional; para que purifique lo que se haya
corrompido en la República ;
que acuse la ingratitud, el egoísmo, la frialdad del amor a la patria, el ocio,
la negligencia de los ciudadanos; que juzgue de los principios de corrupción,
de los ejemplos perniciosos; debiendo corregir las costumbres con penas
morales, como las leyes castigan los delitos con penas aflictivas, y no
solamente lo que choca contra ellas, sino lo que las burla; no solamente lo que
las ataca, sino lo que las debilita; no solamente lo que viola la constitución,
sino lo que viola el respeto público. La jurisdicción de este tribunal
verdaderamente santo, deberá ser efectiva con respecto a la educación y a la
instrucción, y de opinión solamente en las penas y castigos. Pero sus anales, o
registros donde se consignen sus actas y deliberaciones, los principios morales
y las acciones de los ciudadanos, serán los libros de la virtud y del vicio.
Libros que consultará el pueblo para sus elecciones, los magistrados para sus
resoluciones y los jueces para sus juicios. Una institución semejante, por más
que parezca quimérica, es infinitamente más realizable que otras que algunos
legisladores antiguos y modernos han establecido con menos utilidad del género
humano.
¡Legisladores!
Por el proyecto de
Constitución que reverentemente someto a vuestra sabiduría, observaréis el
espíritu que lo ha dictado. Al proponeros la división de los ciudadanos en
activos y pasivos, he pretendido excitar la prosperidad nacional por las dos
más grandes palancas de la industria: el trabajo y el saber. Estimulando estos
dos poderosos resortes de la sociedad, se alcanza lo más difícil entre los
hombres: hacerlos honrados y felices. Poniendo restricciones justas y prudentes
en las asambleas primarias y electorales, ponemos el primer dique a la licencia
popular, evitando la concurrencia tumultuaria y ciega que en todos tiempos ha
imprimido el desacierto en las elecciones y ha ligado por consiguiente, el
desacierto a los Magistrados y a la marcha del Gobierno; pues este acto
primordial es el acto generativo de la libertad o de la esclavitud de un
pueblo.
Aumentando
en la balanza de los poderes el peso del Congreso por el número de los
legisladores y por la naturaleza del Senado, he procurado darle una base fija a
este primer cuerpo de la nación, y revestirlo de una consideración
importantísima para el éxito de sus funciones soberanas.
Separando
con limites bien señalados la Jurisdicción Ejecutiva de la Jurisdicción Legislativa ,
no me he propuesto dividir sino enlazar con los vínculos de la armonía que nace
de la independencia estas potestades supremas, cuyo choque prolongado jamás ha
dejado de aterrar a uno de los contendientes. Cuando deseo atribuir al
Ejecutivo una suma de facultades superior a la que antes gozaba, no he deseado
autorizar un déspota para que tiranice la República , sino impedir que el despotismo
deliberante no sea la causa inmediata de un circulo de vicisitudes despóticas
en que alternativamente la anarquía sea reemplazada por la oligarquía y por la
monocracia. Al pedir la estabilidad de los jueces, la creación de jurados y un
nuevo Código, he podido al Congreso la garantía de la libertad civil, la más
preciosa, la más justa, la más necesaria; en una palabra, la única libertad,
pues que sin ella las demás son nulas. He pedido la corrección de los más
lamentables abusos que sufre nuestra Judicatura, por su origen vicioso de ese
piélago de legislación española que semejante al tiempo recoge de todas las
edades y de todos los hombres, así las obras de la demencia como las del
talento, así las producciones sensatas como las extravagantes, así los
monumentos del ingenio como los del capricho. Esta Enciclopedia Judiciaria,
monstruo de diez mil cabezas, que hasta ahora ha sido el azote de los pueblos
españoles, es el suplicio más refinado que la cólera del cielo ha permitido
descargar sobre este desdichado Imperio.
Meditando
sobre el modo efectivo de regenerar el carácter y las costumbres que la tiranía
y la guerra nos han dado, he sentido la audacia de inventar un Poder Moral,
sacado del fondo de la oscura antigüedad, y de aquellas olvidadas leyes que
mantuvieron, algún tiempo, la virtud entre los griegos y romanos. Bien puede
ser tenido por un cándido delirio, mas no es imposible, y yo me lisonjeo que no
desdeñaréis enteramente un pensamiento que mejorado por la experiencia y las
luces, puede llegar a ser muy eficaz.
Horrorizado
de la divergencia que ha reinado y debe reinar entre nosotros por el espíritu
sutil que caracteriza al Gobierno Federativo, he sido arrastrado a rogaros para
que adoptéis el centralismo y la reunión de todos los Estados de Venezuela en
una República sola e indivisible. Esta medida, en mi opinión, urgente, vital,
redentora, es de tal naturaleza que sin ella el fruto de nuestra regeneración
será la muerte.
Mi
deber es, legisladores, presentaros un cuadro prolijo y fiel de mi
administración política, civil y militar, mas sería cansar demasiado vuestra
importante atención, y privaros en este momento de un tiempo tan precioso como
urgente. En consecuencia, los Secretarios de Estado darán cuenta al Congreso de
sus diferentes departamentos exhibiendo al mismo tiempo los documentos y
archivos que servirán de ilustración para tomar un exacto conocimiento del
estado real y positivo de la
República.
Yo
no os hablaría de los actos más notables de mi mando, si éstos no incumbiesen a
la mayoría de los Venezolanos. Se trata, Señor, de las resoluciones más
importantes de este último periodo.
La
atroz e impía esclavitud cubría con su negro manto la tierra de Venezuela, y
nuestro cielo se hallaba recargado de tempestuosas nubes, que amenazaban un
diluvio de fuego. Yo imploré la protección del Dios de la humanidad, y luego la
redención disipó las tempestades. La esclavitud rompió sus grillos, y Venezuela
se ha visto rodeada de nuevos hijos, de hijos agradecidos que han convertido
los instrumentos de su cautiverio en armas de libertad. Si, los que antes eran
esclavos ya son libres; los que antes eran enemigos de una madrastra, ya son
defensores de una patria. Encareceros la justicia, la necesidad y la
beneficencia de esta medida es superfluo cuando vosotros sabéis la historia de
los Helotas, de Espartaco y de Haiti; cuando vosotros sabéis que no se puede
ser libre y esclavo a la vez, sino violando a la vez las leyes naturales, las
leyes políticas y las leyes civiles. Yo abandono a vuestra soberana decisión la
reforma o la revocación de todos mis Estatutos y Decretos; pero yo imploro la
confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y
la vida de la República.
Representaros
la historia militar de Venezuela sería recordaros la historia del heroísmo
republicano entre los antiguos; sería deciros que Venezuela ha entrado en el
gran cuadro de los sacrificios hechos sobre el altar de la libertad. Nada ha
podido llenar los nobles pechos de nuestros generosos guerreros, sino los
honores sublimes que se tributan a los bienhechores del género humano. No
combatiendo por el poder, ni por la fortuna, ni aun por la gloria, sino tan
sólo por la libertad, títulos de Libertadores de la República , son sus
dignos galardones. Yo, pues, fundando una sociedad sagrada con estos ínclitos
varones, he instituido el orden de los Libertadores de Venezuela.
¡Legisladores! a vosotros pertenecen las facultades de conceder honores y
condecoraciones, vuestro es el deber de ejercer este acto augusto de gratitud
nacional.
Hombres
que se han desprendido de todos los goces, de todos los bienes que antes
poseían, como el producto de su virtud y talentos, hombres que han
experimentado cuanto es cruel en una guerra horrorosa, padeciendo las
privaciones más dolorosas y los tormentos más acerbos; hombres tan beneméritos
de la patria, han debido llamar la atención del Gobierno. En consecuencia he mandado
recompensarlos con los bienes de la nación. Si he contraído para con el pueblo
alguna especie de mérito, pido a sus representantes oigan mi súplica como el
premio de mis débiles servicios. Que el Congreso ordene la distribución de los
bienes nacionales, conforme a la
Ley que a nombre de la República he decretado a beneficio de los
militares venezolanos.
Ya
que por infinitos triunfos hemos logrado anonadar las huestes españolas,
desesperada la Corte
de Madrid ha pretendido sorprender vanamete la conciencia de los magnánimos
soberanos que acaban de extirpar la usurpación y la tiranía en Europa, y deben
ser los protectores de la legitimidad y de la justicia de la causa americana.
Incapaz de alcanzar con sus armas nuestra sumisión, recurre la España a su política
insidiosa: no pudiendo vencernos, ha querido emplear sus artes suspicaces.
Fernando se ha humillado hasta confesar que ha menester de la protección
extranjera para retornarnos a su ignominioso yugo ¡a un yugo que todo poder es
nulo para imponerlo! Convencida Venezuela de poseer las fuerzas suficientes
para repeler a sus opresores, ha pronunciado por el órgano del Gobierno, su
última voluntad de combatir hasta expirar, por defender su vida política, no
sólo contra la España ,
sino contra todos los hombres, si todos los hombres se hubiesen degradado tanto
que abrazasen la defensa de un gobierno devorador, cuyos únicos móviles son una
espada exterminadora y las llamas de la Inquisición. Un
gobierno que ya no quiere dominios, sino desiertos; ciudades, sino ruinas;
vasallos, sino tumbas. La declaración de la República de Venezuela
es el Acta más gloriosa, más heroica, más digna de un pueblo libre; es la que
con mayor satisfacción tengo el honor de ofrecer al Congreso ya sancionada por
la expresión unánime del pueblo de Venezuela.
Desde
la segunda época de la
República nuestro Ejército carecía de elementos militares:
siempre ha estado desarmado; siempre le han faltado municiones; siempre ha
estado mal equipado. Ahora lo soldados defensores de la Independencia no
solamente están armados de la justicia, sino también de la fuerza. Nuestras
tropas pueden medirse con las más selectas de Europa, ya que no hay desigualdad
en los medios destructores. Tan grandes ventajas las debemos a la liberalidad
sin limites de algunos generosos extranjeros que han visto gemir la humanidad y
sucumbir la causa de la razón, y no la han visto tranquilos espectadores, sino
que han volado con sus protectores auxilios y han prestado a la República cuanto ella
necesitaba para hacer triunfar sus principios filantrópicos. Estos amigos de la
humanidad son los genios custodios de la América , y a ellos somos deudores de un eterno
reconocimiento, como igualmente de un cumplimiento religioso a las sagradas
obligaciones que con ellos hemos contraído. La deuda nacional, Legisladores, es
el depósito de la fe, del honor y de la gratitud de Venezuela. Respetadla como la Arca Santa , que
encierra no tanto los derechos de nuestros bienhechores, cuanto la gloria de
nuestra fidelidad. Perezcamos primero que quebrantar un empeño que ha salvado
la patria y la vida de sus hijos.
La
reunión de la Nueva
Granada y Venezuela en un grande Estado ha sido el voto
uniforme de los pueblos y gobiernos de estas Repúblicas. La suerte de la guerra
ha verificado este enlace tan anhelado por todos los Colombianos; de hecho
estamos incorporados. Estos pueblos hermanos ya os han confiado sus intereses,
sus derechos, sus destinos. Al contemplar la reunión de esta inmensa comarca,
mi alma se remonta a la eminencia que exige la perspectiva colosal que ofrece
un cuadro tan asombroso. Volando por entre las próximas edades, mi imaginación
se fija en los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración y pasmo,
la prosperidad, el esplendor, la vida que ha recibido esta vasta región, me
siento arrebatado y me parece que ya la veo en el corazón del universo,
extendiéndose sobre sus dilatadas costas, entre esos océanos que la naturaleza
había separado, y que nuestra Patria reúne con prolongados y anchurosos
canales. Ya la veo servir de lazo, de centro, de emporio a la familia humana;
ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra los tesoros que abrigan
sus montañas de plata y de oro; ya la veo distribuyendo por sus divinas plantas
la salud y la vida a los hombres dolientes del antiguo universo; ya la veo
comunicando sus preciosos secretos a los sabios que ignoran cuán superior es la
suma de las luces a la suma de las riquezas que le ha prodigado la naturaleza.
Ya la veo sentada sobre el trono de la libertad, empuñando el cetro de la
justicia, coronada por la gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del
mundo moderno.
Dignaos,
Legisladores, acoger con indulgencia la profesión de mi conciencia política,
los últimos votos de mi corazón y los ruegos fervorosos que a nombre del pueblo
me atrevo a dirigiros. Dignaos conceder a Venezuela un gobierno eminentemente
popular, eminentemente justo, eminentemente moral, que encadene la opresión, la
anarquía y la culpa. Un gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y
la paz. Un gobierno que haga triunfar, bajo el imperio de leyes inexorables, la
igualdad y la libertad.
Señor, empezad vuestras funciones: yo he terminado las mías.
Señor, empezad vuestras funciones: yo he terminado las mías.
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